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29 ago 2013

¿Qué es el tercer Estado? Emmanuel Sieyés

Foto de Emmanuel Sieyés
El plan del texto se plantea tres preguntas básicas:
1.- ¿Qué es el Tercer Estado? TODO
2.- ¿Qué representa actualmente en el orden político? NADA
3.- ¿Qué pide? LLEGAR A SE ALGO

CAPITULO I EL TERCER ESTADO ES UNA NACION COMPLETA
Para que una nación exista y prospere en necesario trabajos particulares y funciones publicas, los primeros pueden clasificarse en 4 clases: 1 las familias dedicadas a los trabajos de campo, 2 la industria humana (obreros), 3 los mercaderes y comerciantes, 4 profesionistas científicos y liberales. Tales son los trabajos que sostienen a la sociedad. ¿Quién soporta estos trabajos? EL TERCER ESTADO. Las funciones públicas pueden igualmente, en el estado actual alinearse todas bajo 4 denominaciones conocidas: EL EJERCITO, LA JUSTICIA, LA IGLESIA Y LA ADMINISTRACIÓN. 

Los puestos lucrativos y honrosos están ocupados siempre por miembros de una clase privilegiada lo que es odioso para la generalidad de los ciudadanos y una traición a la cosa pública, la nobleza no entra en ningún caso en la organización social, es una carga para la nación, pero nunca puede llegar a formar parte de ella. ¿Qué es una nación? Un cuerpo de asociados –nos dice– que viven bajo una ley común y están representados por la misma legislatura, la clase noble goza de privilegios y derechos políticos separados del cuerpo de ciudadanos, ella escapa al orden y a la ley común.

CAPITULO II ¿QUÉ ES LO QUE EL TERCER ESTADO HA SIDO HASTA EL PRESENTE? NADA
No es posible que ninguna clase particular llegue a ser libre, si el 3 Edo. No lo es, no se es libre mediante privilegios, sino mediante derechos que pertenecen a todos. Es preciso entender por 3 Edo. Al conjunto de ciudadanos que pertenecen a la clase común, todo lo que sea privilegiado por la ley de cualquier manera que sea, sale de la clase común, hace excepciones a la ley común y, por consecuencia, no pertenece a 3 Edo. Es indudable que desde el instante en que un ciudadano adquiere privilegios contrarios al derecho común, ya no pertenece al orden común, su nuevo interés es opuesto al interés general y por lo tanto, este ciudadano es inhábil para votar por el pueblo, principio fundamental que aparta de la representación del 3 Edo. A los privilegiados, estos falsos diputados no han sido siempre ni siquiera la obra libre de la elección de los pueblos, por lo que el 3 Edo. No ha tenido hasta el presente verdaderos representantes de los Estados Generales, de este modo sus derechos políticos son nulos.

CAPITULO III ¿QUÉ PIDE EL TERCER ESTADO? LLEGAR A SER ALGO
No se pueden apreciar las verdaderas peticiones del 3 Edo. Más que por las reclamaciones autenticas que las grandes municipalidades del reino han dirigido al gobierno: el pueblo quiere llegar a ser algo, aunque solo sea el mínimo, quiere tener verdaderos representantes en los Estados Generales, es decir, diputados sacados de su clase, el 3 Edo. Está bien seguro de que no puede venir a votar sino tiene una influencia al menos igual a la de los privilegiados, y pide un número de representantes al menos igual a la de las otras dos clases juntas, pide pues que los votos sean por cabeza y no por clase.

CAPÍTULO IV
LO QUE EL GOBIERNO HA INTENTADO Y LO QUE PROPONEN LOS PRIVILEGIADOS EN FAVOR DEL TERCER ESTADO.
1. LAS ASAMBLEAS PROVINCIALES
2. LOS NOTABLES
3. LOS ESCRITORES PATRIOTAS DE LOS DOS PRIMEROS ÓRDENES
4. PROMESA DE CONTRIBUIR EQUITATIVAMENTE AL PAGO DE LOS IMPUESTOS.
Es un hecho digno de mención que la causa del tercer estado haya sido defendida con más ahínco y vehemencia por escritores eclesiásticos y nobles que por los propios no privilegiados. El retraso del tercer estado me temo obedece al hábito del silencio y del temor propios del oprimido. Lo que representa una prueba adicional de la realidad de la opresión. No resulta preciso ocultarlo: la garantía de la libertad pública no puede estar sino allí donde se halla la fuerza real. No podemos ser libres sino con y por el pueblo.
En todos los pleitos que sobrevienen entre un privilegiado y un hombre del pueblo ¿no se halla este último seguro de resultar impunemente oprimido, precisamente por ser preciso acudir, si osara exigir justicia, a los propios privilegiados? Ellos, que disponen de todos los poderes consideran las demandas de los plebeyos como una falta de subordinación. ¿Por qué los miembros de la policía y la justicia ejercen temblando sus funciones en lo que a los privilegiados respecta, incluidos aquellos sorprendidos en flagrante delito, mientras tratan con brutalidad extrema al pobre meramente sospechoso? Así, pues, sabiendo como sabéis que esta legislación particular convierte a la nobleza en una especie aparte nacida para el mando y al resto de los ciudadanos en un pueblo de esclavos destinado a servir, ¿cómo osáis mentir a vuestra conciencia e intentáis engañar a la nación afirmando que todos somos iguales?

CAPÍTULO V
LO QUE SE HABRIA DEBIDO HACER. PRINCIPIOS A ESTE RESPECTO
En toda nación libre y toda nación debe ser libre, no hay más que una manera de resolver las diferencias que se promueven con respecto a la constitución. No es a los notables a quienes es preciso recurrir, sino a la nación misma, si no tenemos constitución es preciso hacerla, la nación tiene derecho a ella, en cuanto a nosotros, no nos saldremos en ningún caso de la moral; ella debe regular todas las relaciones que ligan a los hombres entre sí, a su interés particular y a su interés común o social, es ella quien nos ha de decir lo que se ha debido hacer.
Por lo que se infiere que el poder pertenece al público, las voluntades individuales siguen siendo el origen y forman los elementos esenciales, pero, consideradas separadamente, su poder sería nulo, le es preciso a la comunidad una voluntad común, sin la unidad de la voluntad no se conseguiría hacer un todo, mas sin muy numerosos para darle rumbo y confían el ejercicio de esta voluntad y por consiguiente de poder a algunos de ellos, tal es el origen de un gobierno.
Es imposible crear un cuerpo para un fin sin darle una organización, formas y leyes apropiadas para llenar aquellas funciones a las cuales se le ha querido destinar. Eso es lo que se llama constitución.

CAPÍTULO VI
LO QUE QUEDA POR HACER. DESENVOLVIMIENTO DE ALGUNOS PRINCIPIOS
El 3 Edo. Debe darse cuenta, según el movimiento de los espíritus y de los asuntos, de que solamente puede tener esperanza en sus luces y en su valentía. La razón y la justicia están de su parte; es preciso que se asegure también la fuerza, es preciso abolir, o reconocer y legalizar, los privilegios inicuos y antisociables.
El 3 Edo. Como nación, es decir, en esa cualidad en dónde sus representantes forman toda la asamblea general; tienen todos los poderes, puesto que son los únicos depositarios de la voluntad general, y ¿Qué es la voluntad de una nación? Es el resultado de las voluntades individuales, al igual que la nación es la reunión de los individuos, aquí es imposible concebir una asociación legítima que no tenga por objeto la seguridad común, la libertad común y, en fin, la cosa pública.
Por tanto, los intereses por los cuales los ciudadanos se agrupan, son los únicos que se pueden tratar en común, los únicos por los cuales y en nombre de los cuales se pueden reclamar los derechos políticos, es decir, una parte activa en la formación de la ley social, y los únicos, por consecuencia, que imprimen al ciudadano una cualidad representable, no por ser privilegiado, sino por ser ciudadano, se tiene derecho a la elección de diputados y a la elegibilidad. Todo lo que pertenece al ciudadano, como ventajas o particulares, siempre que no rocen la ley, tienen derecho a la protección.
FIN

ENSAYO SOBRE LOS PRIVILEGIOS

Se ha dicho que privilegio es una dispensa para el que lo obtiene y un desaliento para los demás. Si ello es así, convengamos en que es una pobre invención ésta de los privilegios. Supongamos una sociedad perfectamente constituida y lo más dichosa posible. ¿No es cierto que para trastornarla por completo será suficiente dispensar a unos y desalentar a los demás? 
Todos los privilegios, sin distinción, tienen ciertamente por objeto dispensar de la ley o conceder un derecho exclusivo a alguna cosa que no está prohibida por la ley. Lo que constituye el privilegio es el estar fuera del derecho común, del que no puede salirse más que de una u otra de esas dos maneras. Vamos, pues, a examinar, desde este doble punto de vista, todos los privilegio conjuntamente. Preguntaremos primero cuál es el objeto de la ley. Este, sin duda, es el de impedir que sea vulnerada la libertad o la propiedad de cada uno de nosotros. Porque no se hacen leyes por el placer de hacerlas, y aquellas que tengan por objeto estorbar inoportunamente la libertad de los ciudadanos, serán contrarias al fin de cualquier sociedad y habrá que abolirlas rápidamente. Hay una ley-madre, de la que todas las demás deben derivarse: No hagas nunca daño a tu prójimo. Esta es la gran ley natural que el legislador articula, en cierto modo (al detallarla), en las diversas aplicaciones que formula para el buen orden de la sociedad; de ella emanan todas las leyes positivas. Las que pueden impedir que se cause perjuicio a los demás son buenas; las que no sirven a este fin, mediata ni inmediatamente, son necesariamente malas, porque perjudican a la libertad y son opuestas a las leyes verdaderamente buenas.

El pueblo cree, casi de buena fe, que no tiene derecho más que a lo que está expresamente permitido por la ley. Parece ignorar que la libertad es anterior a toda sociedad, a todo legislador, y que los hombres no se han asociado más que para poner sus derechos a cubierto de los atentados de los malos y para entregarse, al abrigo de esta seguridad, a un desarrollo más amplio, más enérgico y más fecundo en el goce de sus facultades morales y físicas. El legislador ha sido establecido no para conceder, sino para proteger nuestros derechos. Si a veces limita nuestra libertad, lo hace en virtud de aquellos de nuestros actos que resulten perjudiciales a la sociedad, y, por tanto, la libertad civil se extiende a todo aquello que la ley no prohíbe. Con la ayuda de estos principios elementales podemos juzgar los privilegios. Los que tienen por objeto una dispensa de la ley no pueden sostenerse, porque toda ley, como ya hemos indicado, dice, directa o indirectamente: No hagas daño a tu prójimo, y ellos supondrían algo así como decir a los privilegiados: Se os permite hacer daño al prójimo. No hay poder al que le sea dado hacer tal concesión. Si la ley es buena, debe obligar a todo el mundo, y si es mala, es preciso destruirla, porque supone un atentado contra la libertad. Igualmente, no se puede conceder a una persona el derecho exclusivo a alguna cosa que no esté prohibida por la ley, puesto que supondría tanto como arrebatar a los ciudadanos una porción de su libertad. Todo lo que no está prohibido por la ley -como ya hemos indicado- es del dominio de la libertad civil y pertenece a todo el mundo. Conceder a alguno un privilegio exclusivo sobre lo que pertenece a todo el mundo sería hacer daño a todos en beneficio de uno solo, lo que representa a la vez la idea de la injusticia y de la más absurda sinrazón. Todos los privilegios son, pues, por su propia naturaleza, injustos, odiosos, y están en contradicción con el fin supremo de toda sociedad política.

 Los privilegios honoríficos no pueden salvarse de la prescripción general, puesto que presentan uno de los caracteres que acabamos de destacar: el de conceder un derecho exclusivo a algo que no está prohibido por la ley; sin contar que, bajo el título hipócrita de privilegios honoríficos, no queda apenas derecho pecuniario que no se intente invadir. Pero como, incluso entre las gentes de sano espíritu, se encuentran bastantes partidarios de esta clase de privilegios, o al menos que piden gracia para ellos, conviene examinarlos con atención para ver si realmente son más excusables que los demás. A mi juicio, los privilegios honoríficos tienen un vicio más, que me parece el peor de todos; consiste en que tienden a envilecer a la gran masa de ciudadanos y, ciertamente, no es pequeño el mal que se causa a los hombres al envilecerlos. No se concibe cómo se ha podido consentir en la humillación de veinticinco millones setecientos mil hombres, a fin de honrar, ridículamente, a trescientos mil. No hay en ello nada que esté de acuerdo con el interés general. El título más favorable para la concesión de un privilegio honorífico suele ser el de haber prestado un gran servicio a la patria, es decir, a la nación, que no puede ser más que la generalidad de los ciudadanos. Pues bien: recompensad al miembro que haya honrado y servido al cuerpo social, pero no cometáis la absurda locura de rebajar el cuerpo con respecto al miembro. La masa de ciudadanos es siempre la cosa principal, la que debe ser servida; ¿deberá, por tanto, ser ella sacrificada al servidor, a quien no se premia más que por haberla servido?

Aquí Sieyés se refiere a los privilegios honoríficos que en la lectura los desarrolla como aquél que se obtiene por haber  prestado un gran servicio a la patria. En el momento en que el príncipe imprime a un ciudadano carácter de privilegiado, –nos dice–, abre el alma de éste a un interés particular y la cierra, más o menos, a las inspiraciones del interés común. La idea de la patria se reduce para él, encerrándose en la casta que le ha adoptado. Todos sus esfuerzos anteriores, empleados con fruto en servicio de la causa nacional, van a volverse contra ella. Se quiso animarle y se le ha depravado. 

El tema de los privilegios es inagotable, como los prejuicios que conspiran para sostenerlos. Pero dejemos este tema y ahorremos las reflexiones que inspira. Llegará un día en que nuestros descendientes, indignados, queden estupefactos ante la lectura de nuestra historia y den a esta inconcebible demencia el nombre que merece. Hemos visto en nuestra juventud cómo algunos escritores se distinguían atacando valerosamente opiniones de gran fuerza, pero perniciosas para la humanidad. Hoy se contentan con repetir en sus conversaciones y en sus escritos razonamientos anticuados contra prejuicios que no existen ya. Éste de los privilegios es quizá el más peligroso de los que han aparecido sobre la tierra, el más íntimamente ligado con la organización social, el que más profundamente la corrompe y en el que hay más intereses ocupados en defenderle.


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